La noche se presenta en el casco antiguo, dejando las calles hundidas en la más absoluta oscuridad donde sólo los más ágiles y conocedores circulan hábilmente en diferentes direcciones evitando los distintos obstáculos con los que esta gincana urbana nos ha deleitado durante tantos años.
Hanul Lui Manuc , extraordinario caravasar, único en Europa (o eso dicen), ha abierto de nuevo sus puertas. Curiosos, decidimos ir a tomar una cerveza fresca y echar un vistazo al local.
Desde fuera, apenas se aprecia la ubicación del sitio ya que las calles están patas arriba, sin luz, y la entrada (para el que sabe que existe algo ahí) se limita a un portón de madera sobre el cual se lee Hanul Manuc. El caso, el garito estaba abarrotado de gente. ¿La novedad? ¿El verano? ¿Su situación?
Como en tantos otros locales de Bucarest, una señorita esbelta y ágil con tacones de 10 cms sobre suelo adoquinado nos condujo a nuestra mesa. Puede que fuera esa noche, y el viento estuviera haciendo de las suyas, pero todos los que allí nos encontrábamos, al menos del lado en el que se encontraba la parrilla, nadábamos sumergidos en una densa nube de humo, cuyo potente olor a mici hacía perder la razón a cualquiera que tuviera una pizca de hambre.
Para aquellos como yo, cuyo estómago aún no estaba preparado para la cena, el olor revolvía las entrañas, y mi cerveza no llegué a tomarla con mucho gusto. Hay que decir, que no me pareció en ningún momento que la gente estuviera incomodada por este hecho. Los que se encontraban justo en el epicentro de la trayectoria de la nube de humo, no daban señales de inmutarse. Algunos llevan la cultura del asadero en la sangre...
Merece la pena visitar este lugar al ser único en su especie, además de poseer la cualidad de transportar al visitante. ¿Hacia dónde? Eso depende de cada uno. A mí consiguió transportarme al pasado, recuerdo no con mucha viveza, como flashes cortos de memoria haber cenado en él hace muchos años. Paseábamos por la ciudad a oscuras (aquello sí era oscuridad), buscando un sitio en el que comer y llegamos gracias a la insistencia y la buena orientación de mi querido acompañante a este lugar de luz tenue, cálido y super kitsch. Muchas mesas a disposición y pocos clientes. No recuerdo qué comimos ni lo que bebimos, sólo pude quedarme con una sensación nostálgica y extraña del olor a rancio y a humo impregnado y la imágen cálida y nublosa a cámara lenta de los restos de la esencia comunista en el ámbito de la restauración.
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